domingo, noviembre 24

Angustia desconocida: cuando tu perro enferma

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Que el amigo inseparable entre a quirófano genera a los amos incertidumbre, sobre todo al recordar la edad

Nuestro perro tiene ya 12 años. Saludable sí que ha sido, pues a no ser por su dotación de vacunas cada año y alguna visita cada sábado de San Juan al veterinario, mayores problemas no ha dado. Hace unos días toda esa percepción cambió.

Una pequeña bolita de grasa brotó en la comisura del párpado izquierdo; al principio no le dimos importancia, pues la doctora de la estética se lo exprimía y asunto arreglado. El tamaño, no enorme, nos preocupó por la imposibilidad de eliminarlo por temor a lastimarle y nos llevó al hospital.

En el hospital Banfield, del campus universitario de la UNAM, lo han tratado en la última década.

Kubrick nació el 21 de octubre de 2009 y llegó a México de Estados Unidos, el 31 de enero de 2010. Desde entonces, mi amigo inseparable, hoy: viejito y achacoso.

Resultó que no era una, sino más prominencias de grasa en diversas partes de su cuerpo. Fábrica de bolitas, le llamó la doctora. Y comenzó el menú: le extirparían cuatro, incluida la del ojo. Por su edad, la castración era urgente para evitar consecuencias como que le crezca la próstata, por ejemplo.

Y como iba a ser anestesiado, le realizarían limpieza dental. Usaría collar isabelino, el de la ignominia y debía llegar con un ayuno de 10 horas, salvo agua.

La noche anterior, angustiosa. No evito pensar que Aby, mamá de Kubrick, murió en una intervención en Carolina del Sur, a los 14 años. Nivel de angustia desconocido: que tu perrhijo entre a quirófano.

Allá va.

Desde el momento que lo internamos, las primeras horas fueron de tranquilidad, de pensar que todo estaría bien, pero el momento cuando crees que ya debería llamar la doctora no llega, empieza una leve preocupación, que va aumentando.

Varias ideas pasan por la mente: ‘qué tal si algo se complica, ya está viejito, nunca lo han anestesiado’.

El reloj marca las 15:00 horas y sin noticias, decido marcar y preguntar.

La doctora Nadia indica que todo salió bien, que Kubrick se recuperó rápido. En ese momento vuelve la tranquilidad.

Una hora después pasé por él, Lía, nuestra otra perrita, hija de Kubrick, esperó en casa, porque era imposible traer a los dos perros.

Llegado al hospital, lo primero que escucho son ladridos, era mi pequeño.

¡Ufff!, eso me indicaba que estaba bien.

Me reciben en recepción, firmo unos papeles, surto los medicamentos y me piden comprar un collar isabelino.

Minutos más tarde, sale un joven con Kubrick en brazos y con el collar isabelino puesto.

Termino de hacer los trámites y salgo contenta con mi pequeño en brazos, hacia la casa.

Llegamos y Lía lo recibió con mucha curiosidad. Lo observa, lo huele. Quién sabe qué pensará. Mi pequeño se ve agotado, cansado, débil y sacado de onda al chocar y golpear con el collar.

Vienen días complicados. Lo peor es el collar que le impide lamerse, pues tiene puntos de sutura en el ojo y en la colita, pero es tan noble que agacha la cabeza cuando ve que se lo vamos a poner.

Nuestro perro salió bien del hospital. Y ya pasó el nivel de angustia desconocida: que tu perrhijo entre al quirófano.

Fuente: Excélsior

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