Astenia, fatiga, cefalea, debilidad muscular y otros síntomas de coronavirus en población pediátrica pueden durar meses o años.
Desde que comenzó la pandemia se ha trivializado el impacto del COVID-19 en los menores de edad. Esta apreciación se basa en los porcentajes de mortalidad, afortunadamente más bajos que en los adultos, y en las características de los síntomas, en su mayor parte mínimos o leves.
No obstante, algunos niños y adolescentes sucumben a una complicación post-infecciosa llamada síndrome inflamatorio multisistémico pediátrico (MIS-C, por sus siglas en inglés), que afecta predominantemente a personas previamente sanas. Aunque se registró un aumento de COVID pediátrico después de la variante delta, la propagación de nuevas modalidades del virus entre las poblaciones de menores no vacunados también puede cambiar el espectro de la enfermedad.
Por otra parte, existe una resistencia significativa a reconocer que los síntomas persistentes, lo que se conoce como “COVID prolongado”, “síndrome post-agudo de COVID-19″ o “condición post-COVID-19″, son una realidad clínica en adultos, y más aún en niños y adolescentes.
Más de 200 síntomas persistentes
Las manifestaciones duraderas de la enfermedad también son menos frecuentes en niños y adolescentes que en adultos, posiblemente debido al menor impacto de la propia infección en ese grupo de edad. Inicialmente se identificaron más de 50 síntomas en la población adulta, y hoy en día son reconocidos más de 200. Estos pueden variar en gravedad –desde inconvenientes hasta debilitantes–, pueden durar meses o años y a veces reaparecen meses después de una aparente recuperación.
La inmunidad innata en los niños tal vez sea la principal razón por la que estos desarrollan síntomas agudos y persistentes leves en comparación con los adultos. No obstante, todavía hay muchas incógnitas por resolver con relación a la frecuencia del síndrome pediátrico y los efectos de la vacunación o la reinfección con las últimas variantes del SARS-CoV-2.
Existen algunos patrones diagnósticos de los síntomas a largo plazo. Por ejemplo, si comparamos los perfiles inmunológicos de los niños que se recuperaron completamente de COVID-19 y aquellos con síntomas prolongados, se observan niveles altos de interleucina (IL)-6 e IL-1β. El incremento de estas citoquinas, a las que se les atribuye un papel relevante en el sistema inmune, podrían explicar las manifestaciones duraderas relacionadas con la inflamación crónica, como fatiga o dolor de cabeza.
Una afección poco conocida
De todos modos, la evidencia acumulada hasta el momento ha demostrado que el COVID-19 persistente es una entidad clínica no del todo definida ni conocida, y con pocas asociaciones diagnósticas y fisiopatológicas.
A pesar de este desconocimiento, los síntomas a largo plazo después de una infección viral grave no son nada nuevo. Antes, ya se conocía el síndrome post-viral y las secuelas asociadas, pero lo que llama la atención con COVID prolongado es que muchas veces se presenta de forma independiente de la gravedad de la enfermedad aguda.
De hecho, al comparar los síntomas persistentes en pacientes pediátricos afectados de COVID con los producidos por otros virus, la conclusión fue que los relacionados con la infección por SARS-CoV-2 eran más evidentes.
Un estudio retrospectivo realizado en España con 451 menores de 18 años, la mayoría con síntomas agudos leves, detectó manifestaciones clínicas de COVID persistente en el 18.4 por ciento de los casos, por lo menos hasta los 3 meses después de la infección.
Otro trabajo del hospital universitario Germans Trias i Pujol de Barcelona determinó que los síntomas más frecuentes de COVID persistente en 50 pacientes pediátricos eran astenia y fatiga (98 por ciento), cefalea (75 por ciento), debilidad muscular (74 por ciento), disnea –dificultad respiratoria– (68 por ciento), mialgias, artralgias –dolor de articulaciones– y parestesias –sensación de ardor u hormigueo en la piel– (64 por ciento) y trastornos neurológicos cognitivos –disminución de la atención– (44 por ciento). Estos habían afectado durante más de 6 meses al 36 por ciento de los pacientes, lo que confirma un porcentaje preocupante de covid-19 prolongada.
Un estudio reciente de Israel revela incluso que los casos raros de hepatitis infantil podrían atribuirse a una reacción inmunitaria posterior a la infección similar al MIS-C. También se especula con una desregulación inmunitaria que provocaría la sensibilización a otro agente infeccioso, como el adenovirus, por una infección previa con SARS-CoV-2. Recibe la denominación de COVID persistente hepática.
Efectos en el estado de ánimo
En nuestra revisión sistemática publicada el pasado mes de junio en Nature Scientific Reports, identificamos los síntomas que afectaban al estado de ánimo en niños, niñas y adolescentes como las manifestaciones clínicas más prevalentes del COVID persistente. Estas manifestaciones incluyeron tristeza, tensión, ira, depresión y ansiedad (16.5 por ciento), fatiga (9.7 por ciento) y trastornos del sueño (8.4 por ciento).
Y lo que es más interesante: en comparación con los controles, los niños infectados por SARS-CoV-2 tenían un mayor riesgo de sufrir disnea persistente, anosmia –pérdida del olfato–, ageusia –pérdida del gusto– y fiebre.
La lista continúa: identificamos más de 40 manifestaciones clínicas, como dolor de cabeza, síntomas respiratorios, síntomas cognitivos (como disminución de la concentración, dificultades de aprendizaje, confusión y pérdida de memoria), pérdida de apetito y trastornos del olfato (hiposmia, anosmia, hiperosmia.
Para seleccionar las investigaciones de covid-19 persistente en nuestro metaanálisis seguimos los criterios de la definición del Instituto Nacional para la Excelencia en Salud y Atención del Reino Unido: debía registrarse uno o más síntomas más de 4 semanas después de la infección por SARS-CoV-2. Así, escogimos 21 trabajos de más de 8 000 artículos, lo que incluía 80 071 niños y adolescentes menores de 18 años sometidos a estudio.
Una incidencia preocupante
Según nuestros datos, el COVID-19 persistente afectó al 25.24 por ciento de la población pediátrica, independientemente de si el caso había sido asintomático, leve, moderado o grave. Para los pacientes que habían sido hospitalizados, la prevalencia ascendió al 29.19 por ciento. Esto sugiere que la condición post-covid-19 pediátrica es un problema importante que puede haberse subestimado.
La prevalencia de los síntomas depende en gran medida del tiempo transcurrido desde el inicio del COVID agudo, y la mayoría se resolverán con el paso del tiempo. Por eso, sería importante comprender qué manifestaciones clínicas se asocian con cada período después del inicio de la infección.
Estudios contradictorios
Al mismo tiempo, un estudio danés, llamado LongCOVIDKidsDK, mostró que hasta el 46 por ciento de niños de 0 a 14 años presentaron síntomas duraderos (más de dos meses) después del diagnóstico de covid-19.
Por el contrario, los informes más recientes de la de la Oficina de Estadísticas Nacionales (ONS) del Reino Unido mostraron datos de prevalencia de COVID persistente muy variables en la población infantil. Después de 12 semanas de infección aguda, la frecuencia de síntomas duraderos disminuyó al 7.4 por ciento en niños de 1 a 12 años y al 8.2 por ciento en adolescentes.
Y por último, otro estudio de Inglaterra y Gales reveló que tan sólo el 4.4 por ciento de los niños tenían síntomas de larga duración al menos 28 días después de la infección aguda. A pesar de la variabilidad que demuestran los estudios publicados, la condición post-covid-19 es claramente un problema de salud más importante de lo que se pensó inicialmente.
Los niños, niñas y adolescentes también sufren síntomas de COVID persistente que afectan significativamente a sus vidas y requieren atención clínica personalizada. Existe una clara necesidad de investigar más sobre la fisiopatología, sintomatología, causas y consecuencias del síndrome de post-COVID pediátrico.
Se necesitan guías clínicas, mejores marcadores y tratamientos para abordar el diagnóstico y manejo de la enfermedad. Se requiere más conciencia social para respaldar los sistemas de gestión clínica, para monitorizar los casos, establecer programas de rehabilitación y diseñar pautas e investigaciones terapéuticas que permitan comprender mejor la carga del COVID prolongada pediátrica.
Fuente: El Financiero