Por Luis Carmona.
Pero rara vez se piensa en los hombres, en cómo viven ese mismo proceso desde el silencio. En una sociedad donde se les enseña a reprimir las emociones, el despecho masculino se esconde tras risas forzadas, bromas o el sonido de una botella que se destapa para “olvidar tantito”.
En México, y particularmente en Mérida, Yucatán, los bares se han convertido en espacios donde los hombres pueden permitirse un tipo distinto de desahogo. No existen locales dedicados al despecho masculino, pero sí hay lugares que, sin proponérselo, terminan siendo santuarios de corazones rotos. Algunos son bares de ambiente nostálgico con luces cálidas, otros tienen música de cantina, rock clásico o boleros que acompañan cada sorbo de tequila.
El ritual del despechado varón es silencioso: llega, pide su trago, mira al vacío o al televisor sin prestar atención, y se deja envolver por la atmósfera. No hay lágrimas (o si las hay, se esconden), y el desahogo llega en forma de conversación con el bartender o con ese amigo que insiste en que “todo pasa por algo”. Entre ronda y ronda, el alcohol se vuelve un cómplice, no para sanar, sino para adormecer el dolor.
A diferencia de las mujeres, los hombres rara vez se permiten hablar del duelo amoroso. Culturalmente, se espera que lo enfrenten con fortaleza, o que lo disimulen tras una fachada de orgullo. Por eso, para muchos, los bares funcionan como un espacio simbólico de libertad emocional: un sitio donde no tienen que explicar nada, solo estar.
En los últimos años, algunos antros y bares temáticos en Mérida han comenzado a incorporar dinámicas que conectan con el despecho, desde noches de karaoke dedicadas a canciones tristes hasta promociones llamadas “La ronda del ex” o “Tequila para olvidar”. Aunque se presenten con humor, estos gestos reconocen una verdad que pocos mencionan: los hombres también sufren, también extrañan y también buscan refugio.
El despecho masculino, más que una muestra de debilidad, es una forma distinta de procesar el duelo amoroso. No siempre hay lágrimas ni despedidas explícitas, pero sí una lucha silenciosa entre el orgullo y la necesidad de sentirse comprendido. Y aunque no existan lugares pensados exclusivamente para ellos, basta una barra, una canción melancólica y un trago fuerte para que, al menos por un momento, puedan reconciliarse con su tristeza.