“Hay que pagar facturas”: deportaciones no paralizan a migrantes indocumentados en EE.UU.
La amenaza de deportaciones “masivas” de Trump no paraliza a los migrantes indocumentados que no tienen más alternativa que seguir yendo a trabajar
Con recelo, los hombres se acercan poco a poco al carro de la policía. Hace -10 grados centígrados y los agentes entregan gorros, guantes y suéteres.
“La gente no se quiere confiar”, cuenta Raúl – nombre ficticio a su petición porque no tiene un estatus legal -, que como los demás espera en el estacionamiento de un pequeño centro comercial al norte de la capital de EE.UU. a que alguien pase a ofrecerle un trabajo: pintar una casa, ayudar con una mudanza, cortar césped…
La amenaza de deportaciones “masivas” del nuevo presidente, Donald Trump, no paraliza a los migrantes indocumentados que no tienen más alternativa que seguir yendo a trabajar para “pagar las facturas” y cumplir con enviar dinero a las familias que dejaron atrás.
“Sigo saliendo por la necesidad; si no te arriesgas, no sales adelante con la renta, los servicios. Los alquileres se han puesto muy caros y el dinero ya no le alcanza a uno”, relata Raúl, guatemalteco, que ha vivido 24 de sus 62 años de vida en Estados Unidos.
La ansiedad económica, que marcó el ciclo electoral y ayudó a catapultar a Trump a la Presidencia, también afecta a la población que el mandatario ha señalado como un problema para el país y ha prometido expulsar durante su mandato.
El ahora presidente atrajo a votantes con un mensaje antimigrante y la propuesta de deportar a los más de 11 millones de personas indocumentadas que viven en EE.UU.
Una expulsión a tal escala dejaría al país sin un 5 por ciento de su fuerza laboral y con 96 mil 700 millones de dólares menos en contribuciones fiscales a nivel federal y estatal, según datos del Institute on Taxation and Economic Policy.
La mayoría, un 80 por ciento de estas personas, lleva al menos 10 años en el país y, como Raúl, ya han aprendido a vivir con la incertidumbre de que en cualquier momento las autoridades pueden detenerlos.
“Yo solo me mantengo en esta área, no salgo a muchos lugares”, indicó, señalando con un dedo la ruta que hace diariamente desde su casa hasta el centro comercial donde se para a buscar trabajo de jornalero.
“Tengo mucha desconfianza y no tengo esa amplitud de moverme o ir a otros estados por ejemplo”, afirma.
Raúl migró para darle una mejor vida a sus padres, que murieron hace dos años y de los que no pudo despedirse. Ahora, con lo que gana, ayuda también a sus hermanos.
Si lo llegaran a deportar, acotó, sería un “doble sufrimiento, porque allá no hay trabajo y aquí, aunque sea difícil, puedo conseguir algo y apoyarlos”.
“Ya no tengo miedo”
Después de 33 años en EE.UU. y de que lo deportaran una vez a principios de los 90, Carlos Tejada dijo no tener más miedo a las autoridades de migración. En el estado Maryland se casó, formó una familia y se divorció y sus hijos “ya están mayores”.
“A las buenas no me quiero ir (…) pero si me agarra un agente de migración, hasta la mano le voy a dar; no quiero andar escondido”, relata.
Todos estos años ha trabajado en construcción porque “aunque es peligroso y duro, es donde más se gana” y con lo que ha ido enviando a su natal Honduras, poco a poco ha podido construir “una casita” a donde sueña volver.
Los migrantes indocumentados están sobrerrepresentados en industrias como la construcción, donde forman un 13.7 por ciento de todos los trabajadores, la agricultura (12.7 por ciento), y la hostelería (7 por ciento).
Martina Salas, trabajadora de este último sector y también indocumentada, lidia con esta incertidumbre a través de su religión y la resignación: “Tengo ya 55 años y ya me conformo un poco; si me toca, me toca”.
“Yo solo tengo temor de Dios, que se haga su voluntad”, dice la mujer guatemalteca, mientras mete las manos dentro de su delantal de trabajo. Lleva 24 años en el país y siempre ha trabajado en restaurantes porque le “gusta mucho cocinar”.
Hace 8 años, cuando Trump empezó su primer mandato, sí tenía “mucho miedo” porque su hijo -el único en EE.UU., de los 11 que tiene- era pequeño.
“Ahora, si me llegaran a detener, ya lo tengo instruido. Si un día no llego a casa, ya sabe qué hacer”.
Fuentes: López Dóriga Digital.