La pobreza es el origen de muchos de nuestros problemas. Implica rezago y exclusión; resentimiento y desesperanza, pero, sobre todo, implica injusticia
Una de las tareas más urgentes para el futuro de México es garantizar a todas y a toda la posibilidad de vivir con justicia. La única vía para aceptable para lograrlo es con democracia y en libertad.
Llevar justicia a todos los hogares mexicanos debe ser la gran causa del futuro inmediato. Implica resolver dos temas pospuestos a lo largo de la historia: remediar la pobreza y reducir la desigualdad. Lograrlo demanda de un esfuerzo colectivo sin precedentes, a partir de la unidad nacional. Hacerlo requiere de un gran talento político, de generosidad y de cercanía: la política de la confianza.
La pobreza es el origen de muchos de nuestros problemas. Implica rezago y exclusión; resentimiento y desesperanza, pero, sobre todo, implica injusticia.
La dimensión moral de una sociedad se mide por el trato que da a los más necesitados. De ahí que nuestra obligación como comunidad sea no resignarnos a que más de 55 millones de mexicanas y mexicanos vivan en pobreza, casi 11 millones de ellos en pobreza extrema. Los años que vienen serán cruciales: adicionalmente, hay más de 41 millones más que viven con vulnerabilidad, de acuerdo a las cifras del Coneval. De nuestro actuar y determinación dependerá que no entren a la pobreza al tiempo que sacamos a millones del abandono en el que viven.
La pobreza nos divide como país. Su geografía no deja lugar a dudas: México se parte en dos. En la Ciudad de México 6 de cada 10 hogares son de clase media y alta; en Jalisco, Querétaro y Baja California Sur, más de la mitad. En Chiapas el 80% de los hogares son de clase baja, en Guerrero Oaxaca y Puebla alrededor del 70%. La pobreza se concentra dramática, inaceptablemente, en el sureste, aunque su presencia está en todo el país.
La realidad del sureste es trágica: mientras que la pobreza es de casi el 44% a nivel nacional, en Chiapas, Guerrero, Puebla y Oaxaca es de más del 60%. En el norte, las Baja Californias, Sonora, Sinaloa, Coahuila, Chihuahua y Nuevo León, menos de 30%.
Si miramos con detalle, el patrón se hace más dramático en los niveles de ingreso. El promedio nacional es de casi 119 mil pesos anuales por persona. No obstante, todo el bajío y el norte registran niveles de ingreso medio o alto. También la península de Yucatán. El resto, ingreso bajo. Las disparidades son enormes: mientras que el ingreso por habitante de la Ciudad de México es de 316 mil, en Chiapas es de 43 mil. En Nuevo León 226 mil, pero en Veracruz sólo 83 mil. Estados vecinos: en Querétaro el ingreso de 161 mil y en Hidalgo 79 mil, Jalisco 134 mil, pero Nayarit 83 mil.
Esta disparidad se vuelve más aguda y ofensiva si consideramos que un hombre gana 28% más que una mujer mexicana y la diferencia se amplió en diversos estados durante la pandemia.
Bajo esta radiografía se esconde otra realidad inaceptable: la desigualdad. El ingreso en México está sumamente concentrado. El empleo es precario: 4 de cada 10 personas con empleo formal no ganan lo suficiente para comer y alimentar a su familia. Son los llamados “empleados pobres”. Más de 5 de cada 10 personas encuentran su ingreso en la informalidad. Son personas que no tienen acceso a servicios de salud ni a pensiones.
Por otro lado, mientras una enorme mayoría sobrevive o vive al día, otro grupo de personas ha visto incrementar de manera muy pronunciada su patrimonio: si toda la riqueza generada en el país entre 2019 y 2021 fuera de 100 pesos, 21 pesos se concentraron en el 1% más rico de la población y apenas 0.40 pesos al 50% más pobre. Estudios recientes indican que el 1% más rico de la población concentra casi la mitad de toda la riqueza nacional y el 10% más rico, el 80%.
Combatir a la pobreza ha sido un punto importante de la agenda pública del país desde la alternancia del año dos mil. Pues bien: algo tenemos que hacer diferente.
Desde el arranque del siglo a la fecha, hemos invertido alrededor de 10 billones de pesos en programas sociales. Lamentablemente, pese a los diversos esfuerzos, no hemos obtenido los resultados que deseamos.
Resolver este problema implica que debemos hacer de la superación de la pobreza la gran causa futura de México.
La pobreza y la desigualdad son un agravio histórico que no implica que esté bien ni, mucho menos, que no se pueda remediar.
Es posible ofrecer a las personas un futuro mejor y un camino de salida a su precariedad.
Esa debe ser la gran causa de México. Pero esa causa sólo dará frutos si logra convocar a la unidad nacional.
Por lo mismo, enfrentar y vencer a la pobreza parte de una visión política, no económica ni técnica. Levantar esa causa como la más absoluta prioridad nacional demanda asumir un compromiso colectivo.
La unidad precisa reunirnos. Me explico: la unión de todas y todos es el requisito indispensable para emprender un gran esfuerzo nacional. Hacerlo implica reunirnos en su doble acepción: volvernos a unir, pero también acercarnos. Escucharnos. Dialogar, pero, sobre todo, volvernos a ver. Carlos Fuentes señaló alguna vez que el gran drama de los pobres no es su rezago, sino su olvido.
La vía para dar un futuro de dignidad y decoro a millones de mexicanos es movilizar todos los recursos, públicos, privados y sociales, para generar las condiciones que impulsen que el progreso florezca en las comunidades más apartadas del país.
Debemos salir de un falso dilema: el que la pobreza se resuelve con empleo o con programas sociales. La compleja realidad nos indica otra cosa: la pobreza la vamos a abatir con empleos junto con programas sociales.
El empleo se genera mediante tres componentes: inversión, educación y estado de derecho. Tenemos que levantar, rápido y firme, un sistema que aliente la generación de empleo formal bien pagado. Una sólida alianza con el sector privado es imprescindible: en México se invierte cada año 18.1% del PIB, de ellos, 86% corresponden a inversión privada.
El círculo virtuoso se cierra cumpliendo y haciendo cumplir la ley, así como reconfigurar el sistema educativo para que el talento mexicano se convierta en un motor de prosperidad. Hay que trabajar, sí, en que la gente sea más productiva. México, es el país de la OCDE donde se trabaja más, pero se produce menos.
La productividad es condición necesaria, pero no suficiente para incrementar los niveles de ingreso. En Estados Unidos la productividad ha crecido a lo largo de los últimos 40 años, pero los ingresos de los trabajadores no han aumentado. En México el PIB per cápita no ha crecido en dos décadas. Se tiene que seguir incentivando tanto los incrementos salariales como la productividad de los trabajadores.
Y los programas sociales deben continuar, ampliarse, profundizarse y perfeccionarse. Hay millones cuya vida depende de ellos y no pueden quedar desamparados en tanto se crean los empleos. Los programas sociales, además, son moralmente insustituibles: no podemos validar que haya 28 millones mexicanos sin comida, 35 millones sin salud; que 5.8 millones hayan abandonado la escuela en los últimos dos años o que el promedio de años de estudio sea de sólo 9.2 contra 13.7 años de Estados Unidos, 13.8 años de Canadá, o 14.1 años de Alemania.
México necesita una tercera generación de programas sociales, cuyo diseño se enfoque en aliviar, sí, pero al mismo tiempo en dotar de conocimiento a las y los beneficiarios para aprender, emprender, emplearse y cooperar.
No podemos seguir ignorando la realidad. La pobreza es una frontera que parte al país en dos. Desmantela, por la necesidad de emigrar, a millones de hogares. Fractura la convivencia. Desgarra el tejido social.
No hay tarea más urgente que dar un porvenir de certidumbre, felicidad y decoro a millones de familias. Debemos recuperar el sentido de urgencia para generar bien común: dar un reconocimiento y estima a cada familia del país.
Llegó la hora de recuperar la confianza.
Confianza: volver a creer. Conectar la lealtad, la fe, la consideración hacia los demás. Confiar nuevamente en la autoridad. En la familia. En la comunidad, pero, en particular, volver a confiar que México puede ser un país grande, generoso y solidario.
Confiar significa reunirnos: porque unidos —por nuestra cultura, nuestro talento y nuestra generosidad— las y los mexicanos somos capaces de lograr cualquier sueño, de doblegar cualquier adversidad, de llegar a donde nos propongamos. Unidos, nada puede detenernos.
Es momento de empezar. No hay tiempo que perder.
Fuentes: El Heraldo de México/Mauricio Vila.