Por Luis Carmona.
En México, cada elección presidencial revive una discusión recurrente: ¿por qué se declara ganador a un candidato que no obtiene una mayoría absoluta, es decir, más de la mitad del apoyo ciudadano, sino únicamente una mayoría relativa entre los votos válidos?
La Constitución mexicana establece que el triunfo se otorga al aspirante que reciba el mayor número de sufragios, sin importar si estos representan o no la mitad más uno de los electores inscritos. Bajo este esquema de pluralidad simple, basta con superar a los rivales para acceder a la Presidencia, incluso si la mayoría de la ciudadanía se abstuvo de participar, anuló su voto o eligió a otras opciones.
Cifras históricas de presidentes electos con mayoría relativa
Cómo ya se había explicado, los candidatos se vuelven electos cuando obtienen una mayoría frente a sus adversarios pero la realidad es que ninguno ha llegado a tener más del 50% en comparación con el total de personas que pudieron o más bien, debieron salir a votar
Vicente Fox
En el 2000, el ex presidente Vicente Fox ganó con un total de 15,989,636 votos pero en ese año, habían 58,782,737 mexicanos que podían votar, es decir 42,793,101 mexicanos cómo mínimo no simpatizaban con él y aún así se le entregó la presidencia.
Felipe Calderón
En el 2006 Felipe Calderón ganó con 15,000,284 votos a su favor pero el total de mexicanos registrados que pudieron haber salido a votar en aquellas elecciones eran de 71,374,373, lo que implica nuevamente que 56,374,089 mexicanos no votaron por él, ya sea porque votaron por otro candidato, anularon su voto o simplemente no asistieron a las votaciones.
Enrique Peña Nieto
En las elecciones del 2012 se dió a conocer que Peña Nieto ganó con 19,158,592 votos, pero en ese año habían 79,492,286 mexicanos que podían emitir su voto, esto implica que 60,333,694 mexicanos no se mostrarán a favor del candidato del PRI.
Andrés Manuel López Obrador
Para el año 2018 sucedió lo impensable, López Obrador quien había sido candidato por 3 elecciones seguidas consiguió la victoria con un total de 30,113,483 votos, a pesar de que esto fue anunciado como una victoria aplastante y superó en votos obtenidos a los anteriores presidentes, la realidad es que en ese año 89,332,031 mexicanos pudieron haber salido a votar, si contabilizamos a los votantes que eligieron otro candidato, anularon su voto y no asistieron a las elecciones se muestra una diferencia de 59,218,548 mexicanos que no se mostraron a su favor.
Claudia Sheinbaum
Y así llegamos al 2024 en dónde Claudia Sheinbaum rompió el record de López Obrador consiguiendo 35,924,519 votos a su favor pero de igual forma, la cantidad de mexicanos que pudieron haber salido a votar en aquellas elecciones era superior, 98,329,591 mexicanos eran los que podían emitir su voto, eso implica que 62,405,072 mexicanos apoyaron a la oposición, anularon su voto y no participaron.
Cómo podemos ver, ningún candidato ha logrado que más del 50% de la lista nominal se ponga a favor de ellos y por ello es necesario replantearse si es correcto que se le entregue la presidencia a candidatos que solo mostraron mayoría frente a sus adversarios pero que la población mexicana que no se ve a favor de este sea mucho mayor.
El trasfondo del sistema
El razonamiento detrás de esta regla es práctico: garantizar siempre la existencia de un ganador y evitar vacíos de poder. Sin embargo, los datos muestran que ningún presidente moderno ha sido electo por más de la mitad del padrón total de ciudadanos.
Esto significa que, aunque un candidato pueda arrasar en las urnas, como López Obrador en 2018 o Sheinbaum en 2024, la mayoría real de la ciudadanía (considerando abstenciones y votos nulos) no lo eligió directamente.
Las abstenciones y votos nulos tampoco se contabilizan como rechazo formal, porque el sistema no puede interpretar las razones de quienes no votaron. La ley opta por no atribuir motivaciones, limitándose a contar decisiones expresas a favor de un candidato.
El potencial de la casilla de “ninguno de los anteriores”
En muchos países se discute la opción de permitir a los ciudadanos expresar su rechazo abierto a todos los aspirantes con una boleta que incluya la opción “ninguno de los anteriores”. En caso de que esta opción alcanzara un peso significativo, obligaría a los partidos políticos a analizar sus estrategias, replantear sus alianzas y, sobre todo, a postular perfiles de mayor calidad.
Una figura así en México podría convertirse en un mecanismo de presión legítima: si los ciudadanos en masa se pronuncian contra las alternativas disponibles, los partidos tendrían que entenderlo como un mensaje de descontento y corregir el rumbo en futuros procesos. En el mismo sentido, incluso los votos nulos o las abstenciones podrían revalorizarse no como “indiferencia”, sino como un rechazo explícito a la oferta política existente.
En palabras sencillas si se permitiera la opción de «ninguno de los anteriores» y los votos nulos y abstenciones se contabilizarán como un descontento o rechazo hacia los candidatos, con las cifras entregadas anteriormente se daría a entender que la gran mayoría no estaría de acuerdo con estos candidatos y esto implicaría que los partidos tengan que perfilar a otro candidato que resulte mejor preparado para el cargo.
El costo de la desinformación y la cultura del “menos peor”
Más allá de las reglas electorales, existe otro problema profundo: la ignorancia política de buena parte de los electores mexicanos. Muchos ciudadanos no investigan a fondo los proyectos, trayectorias o antecedentes de los aspirantes, ni siquiera de aquel que será su candidato favorito.
En la práctica, buena parte del voto se decide por percepciones inmediatas, campañas mediáticas, simpatía superficial o incluso por la lógica de elegir al “menos peor”. Este patrón debilita la calidad de la democracia, pues no hay un respaldo informado ni un voto que premie propuestas claras, sino un sufragio resignado frente a la falta de opciones atractivas.
Mientras prevalezca esta actitud, los partidos no tendrán incentivos reales para elevar la calidad de sus perfiles, porque saben que la apatía y el pragmatismo de los votantes terminarán beneficiando a quien logre mantenerse como la opción menos rechazada.
La discusión pendiente
Existen alternativas, como la segunda vuelta electoral (que obligaría al ganador a obtener mayoría absoluta al menos entre los votos válidos) o la incorporación de la casilla de “ninguno de los anteriores”, que en otros países funciona como presión correctiva para los partidos. En México, sin embargo, se privilegia la certidumbre de que siempre habrá un ganador, aun si ello implica gobernar con un apoyo que no supera al conjunto de los ciudadanos registrados.
Así, el debate sigue abierto: ¿es suficiente ganar con más votos que los adversarios, aunque esto represente apenas una tercera parte del electorado total, o debería contarse también el peso de la abstención, el voto nulo y la falta de opciones de calidad para garantizar presidentes con mayor legitimidad?