Nikki Haley, la hija de migrantes indios que no pudo liderar un partido dominado por Trump
Nikki Haley es una mujer no acostumbrada a perder a lo largo de su vida y de su carrera política
La ya excandidata republicana Nikki Haley, que renunció a seguir en la carrera presidencial republicana ante la sucesión de derrotas que le ha infligido Donald Trump, es una mujer no acostumbrada a perder a lo largo de su vida y de su carrera política.
Esta hija de emigrantes indios, bautizada como Nimarata “Nikki” Randhawa cuando nació en un distrito del interior de Carolina del Sur hace 52 años, adoptó más tarde el apellido de su marido y también su religión: dejó el credo sij de sus padres para convertirse a la fe metodista, dos detalles que la ayudaron a hacer carrera en un estado tan cristiano y conservador, dominado por un Partido Republicano eminentemente blanco.
Se ha jactado en más de una ocasión de haber sido la única alumna “marrón” de su clase, en una escuela donde el alumnado era exclusivamente blanco o negro (los negros son el 27 por ciento de la población del estado), y ha recordado cómo en el teatro escolar le reservaban el papel de Pocahontas por su color.
Pero esta sensación de singularidad no hizo sino espolear su ambición y su carácter, y consiguió por ejemplo imponerse a sus padres -que tenían planeado desposarla con alguien de su mismo origen- y casarse con Bill Haley, militar de carrera, a quien de nuevo demostró su fuerza de voluntad al hacer que en adelante pasara a llamarse Michael, nombre que ella prefería.
Tanto la ética de sus padres -trabajadores infatigables que prosperaron con un negocio propio en el norte del estado- como los valores dominantes en Carolina del Sur han hecho de Nikki Haley una mujer conservadora que rehúye de la retórica feminista, aunque a veces haya dicho que tuvo como modelo político a Hillary Clinton.
De su paso como gobernadora en Carolina del Sur le gusta declarar su tesón en implementar las agendas más queridas del republicanismo: la bajada de impuestos y el férreo control migratorio, y en sus últimos mítines también lanzó dardos contra las identidades de género, criticando por ejemplo que los niños pasen en la escuela más tiempo aprendiendo los nuevos ‘pronombres fluidos’ que el mapa de su país.
Su relación con Trump merece reseñarse porque ha pasado por varias etapas: Trump se fijó en ella por su perfil como gobernadora, pese a que Haley se había inclinado por Ted Cruz en las primarias republicanas de 2016, y le propuso ser embajadora de su país en Naciones Unidas, aun careciendo de una carrera exterior.
Haley aceptó pero puso condiciones: exigió tener interlocución directa con el presidente -en otras palabras, ‘puentear’ al secretario de Estado y al cuerpo diplomático- y tener libertad de acción, lo que Trump aceptó. Cuando 20 meses más tarde renunció a su puesto, The New York Times dijo entonces que era una de las pocas colaboradoras de Trump que se marchaba “con la dignidad intacta”.
En su paso por la ONU, no se desmarcó un milímetro de la línea dura de Trump: apoyó el abandono del acuerdo climático de París, el cambio de embajada de EE.UU. en Israel a Jerusalén y la presión constante sobre Irán o sobre Siria. De hecho, su salida como embajadora no tuvo que ver con Trump, sino más bien con luchas internas de poder. Su línea diplomática fue más de halcón que de paloma.
En los años posteriores a esta fulgurante pero breve carrera diplomática, Trump siempre habló bien de Haley y Haley tampoco criticó a Trump.
Eso fue hasta que llegaron las primarias del partido, en las que Trump se mostró insultante con ella, como lo había hecho con otros rivales: empezó a llamarla ‘Nimbra’ (por Nimarata, su nombre de pila) para de nuevo arrojar dudas sobre sus orígenes, pero fue mucho más lejos al poner en cuestión el compromiso con su país de su marido Michael, ahora desplegado con la Guardia Nacional en el Cuerno de África.
En eso, Haley demostró ser mucho más elegante: no le respondió con alusiones a su vida privada y prefirió mostrar los comentarios de Trump como una afrenta a todos los militares que sirven en el extranjero, “defendiendo este experimento asombroso que llamamos EE.UU.”, como dijo en uno de sus últimos mítines.
Fuentes: López Dóriga Digital.